domingo, 28 de octubre de 2012

Existió entonces un silencio que heló mi madrugada. La historia se hacía recuerdo en mi memoria mientras caminaba cuadras de amanecer. La almohada y las sábanas revolvieron mi cabeza y entre no poder conciliar el sueño me quedé pensando. Se soltó su lágrima, ya era hora de perderse, de encontrarse en otro tiempo. El miedo ganó su batalla y corrí como una nena indefensa dejándolo todo como estaba sin acomodar nada, sin pretender. La desesperanza había llevado por delante el brillo de mis ojos de los días anteriores, mi bipolaridad se hacia poesía y yo sentada. Él no llegaba a mis orillas cuando lo necesitaba, no veía la luz de mi faro cada vez que apuntaba su cara, la sirenas no hicieron el trabajo adecuado mientras cantaban, no llego. Se escapó, eligió correrse y seguir nadando ciego de la marea que se quedaba, siguió. Fiel con su estilo de navegador no sintió mi beso, sólo miró con mirada perdida y soltó con suaves movimientos el color que desprendía de mi piel. Y la tarde se hizo sol y el día se acortó entre palabras. Ya era hora de entender que esos tiempos que andaban no eran de su bien. Debía entender por fin que nos habíamos perdido en la neblina, en el mareo de la noche, en la sintonia de las burbujas.